20 octubre, 2013

La casa dibujada

 Hoy Alan dibujo su casa. Estábamos sentados juntos bastante pegados como si compartiéramos la silla, pero él estaba en su silla y nosotros en la nuestra. Abrió su mochila y de un folio arrugado empezó a sacar algunos retazos de papeles sin que estuviesen todavía hechos jirones. Los papeles tenían escrito su nombre con tinta azul de birome, con algún efecto de escorzo y hasta alguna letra tenía como una especie de rocalla que la enmarcaba. Me repitió varias veces que le gustaba escribir su nombre, en realidad quería decir que le fascinaba; y como también se daba cuenta de ello se avergonzaba muy sutilmente y lo demostraba por el tono modesto con que intentaba comunicar sus inclinaciones. 
 Enseguida contó que se quería ir que tenía mucho sueño que no había descansado. Contó que tenía hambre que no había podido almorzar porque se había quedado dormido, la familia había intentado despertarlo. Eso lo explicó porque le dijimos que cómo la familia no le avisaba que ya era mediodía y seguía durmiendo. Pero es que en verdad la casa no era la misma casa porque él dormía en lo que hacía muchos años cuando él era chico era una heladería. Un garage donde habían montado un comercio para hacer unos pesos extra y que después siguió siendo garage o depósito y finalmente el dormitorio de Alan. Pero que no estaba -a juzgar por el dibujo- comunicado con el resto de la casa. Tomó nuestra lapicera y comenzó con trazos convencidos ensimismándose en cada centímetro de trazo azul sobre el papel, mientras nos repetía que guacho de acá y de allá yo tengo mi propia entrada. Dibujó el frente de su casa. La puerta de entrada, al lado una ventana luego un primer piso y el techo que cerraba como una pirámide sin vértice. Allí se podía suponer que habría una especie de altillo. De un lado la ventana y del otro esa especie de portón que era a la calle la puerta de su dormitorio. Él siguió hablando de la novia que en el baile lo había dejado por ahí tirado y se había arrancado a otro, en el momento, como estaba re-loco, no le importó, pero ahora al contarlo la sonrisa muy levemente dejaba escapar desazón por una comisura de los labios que desaparecía a gran velocidad. Ese relato sin embargo no lo estábamos escuchando... Antes había mencionado que le tiraban agua para que reaccione, se apelotonaban por la pequeña abertura a un metro y medio del suelo y todas las cabezas parecían complotar juntas para molestarlo. Nos imaginábamos esa escena, cómo, al mediodía, cuando estaba durmiendo completamente aplastado en la cama su familia no lo podía despertar. Se cansaron de gritar y golpear la puerta con objetos contundentes. Alguno tomó uno de esos reyes momo tira agua que se usan en carnaval y comenzaron a tirarle agua apuntándole justo en el rostro. Él se retorcía en la cama pero no les hacía caso y de tanto en tanto les lanzaba algún rosario de insultos del tipo gato arrancá! volá de acá! Y los otros se revolvían de risa, la prima la Mica, la madre a la que también le dice mamá porque mamá en primer término es la abuela semiciega, el tío pero no el que anda en la política, el hermano menor de ese quizás, el que comparte fumatas, partidos pero no la comida, porque lo que el tío cocina ninguno de los sobrinos que tienen apenas unos cuantos años menos, lo quiere probar. 
 Este es el pequeño dibujo que trazó de su casa, de su rancho. Podríamos decir que hizo un primer nivel de trazos, la base, como antes dijimos ahí quedó a la izquierda el rectángulo apaisado de la ventana. En el centro otro rectangulito para la puerta de entrada, en un lateral de ese rectángulito hizo como una marquita donde la tinta se colo en el papel dejando como un choricito retorcido que se interpretaba como el picaporte, unos trazos se corrieron un poco por accidente y parecía que la puerta delinease una luz que creaba la ilusión de que se abría. Algunas líneas tiradas al azar enmarcaban este conjunto como si fuesen detalles de la construcción del frente. Luego aplicó una herradura que se salía del contorno del dibujo y era en realidad una flecha que hizo cuando nos explicó que el garage no tenía comunicación con el resto de la casa sino saliendo a la calle y volviendo a entrar por la puerta principal. Allí claramente se veía la ventana, pequeña, como de baño, cuadrada, y al lado la puerta de su habitación. En el segundo nivel, la planta alta, hizo dos ventanas cuadradas a la izquierda que ocupaban justo la mitad. En la otra mitad dejó el blanco. Si se observaba detenidamente este segundo nivel se notaba que se afinaba con respecto al nivel inferior o primero. Luego un trapecio para rematar el techo en el que se limitó a escribir su nombre en vez de sombrear tejado. Su seudónimo en verdad. Esas cuatro letras que definían un soy.        
  

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