11 septiembre, 2013

El carretel de tía

 Cuando me siento muy muy triste -dijo- es porque una oscuridad está creciendo dentro de mí. Carraspeó, y pidió disculpas, quise decir cuando un carretel de tía Iris está creciendo dentro de mí. Quiero hablarles sobre un cuento publicado en el año 1978 escrito por Marta Giménez Pastor.
 En el auditorio nadie le iba a decir nada, en ese ambiente de intelectuales, algunos académicos consagrados, poetas y escritores y estudiantes que conformaban en este tipo de eventos al pueblo, a la muchedumbre que avivaba la instalación y lubricaba el decorado semiamargo. Cuando el poeta empieza a leer empieza a parlotear las palabras, las palabras bailan de un modo inexorable en su boca. Su boca tiembla eso se ve. El poeta no puede ya decir algo sin que unas ganas de llorar imposibles se desaten y va a llorar va a llorar. Autorreferencia, doblar el dicurso y que las palabras como un alambre y la sombra proyectada de un alambre se junten y casi se toquen. Llorará e inundará el auditorio al hablar del carretel que tía sacó. 
 Y cuando tía sacó el carretel primero comenzó siendo una madeja y luego un hilo de agua. Después un grueso hilo de agua y después el resto de un riacho que crecía y de repente toda la casa estaba inundada. Los chicos como locos, apenas la vieron entrar sospecharon que algo se traía entre manos. Tía siempre los sorprendía. Tía inundó la casa. Tía los hizo navegar en el cajón de una cómoda y hasta la nena pescaba y el nene comandaba el bote. Todo estaba lleno de ese agua mágica que parecía que no mojaba pero que sin embargo llenaba todo el espacio y hacía que todo se viese como un mar; por arriba divertido y simpático con la espuma pero por abajo las corrientes los podían arrastrar hacia adentro levantando todas las sospechas de lo que no se puede ver. Detrás de la dulzura de tía, de la felicidad de los chicos porque los padres salían y tía se quedaba a cuidarlos había una zozobra. En aquel exceso del agua del carretel difícil de controlar, ese carretel que el gato había puesto fuera de control dándole uno de esos manotazos esponjosos y superveloces que dan los gatos a las cosas con las que juegan. La angustia de algo que se iba de las manos y que desconcertaba; cómo tía se mantenía indiferente ante el exceso y la posibilidad de abrir el infinito sin más. Y los niños totalmente jocosos idos en el puro entretenimiento. Pero como es un cuento para niños tiene final feliz. 
 El expositor hizo un silencio prolongado, pidió de nuevo disculpas y se sonó la nariz, miró la botella de agua mineral, miró sus papeles y sin mirar otra vez la botella la tomó con una mano y bebió dos tragos cortos. Y continuó. 
 Supongo que tía al fin descubre un extremo de la madeja y enrrolla todo otra vez y cada vuelta de hilo es como si se absorbiera el agua en un piletón lleno al que se le quita de pronto el tapón, cada tirón absorbe un tramo, un cause de hilo. Solo falta un gran remolino de agua que haga girar todo de una buena y violenta vez, pero aquí no se oculta ninguna catástrofe. 
 Y aquí, en el recinto, donde todos atentamente escuchan a los expositores no era que iba a llorar que lloraría y lo llenaría todo? Va a llorar y lo va a inundar todo de un modo tan patético que deberán evacuar la sala de conferencias. La alfombra impecable de tono celestito se echará a perder con el río de lágrimas y las sillas tal vez por ser de plástico floten. Al principio cuando el agua les cubra los zapatos se pondrán de pie sin entender, luego cuando el agua provoque un cortocircuito de luces y sonido alguien se asustará. Al primer grito sobrevendrá el pánico, los tropiezos algún empujón, porque la puerta no es tan ancha para que salgan por ella muchos cuerpos a la vez. Sin importar si son intelectuales o gente de la calle, como se suele decir, quedará bien evidenciado que todos son muy torpes y relentos a la hora de evacuar una sala.         
    

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