24 agosto, 2013

Lagarto

 En un estado de energía puro me dijo, rompió el aire al decírmelo, que yo era un lagarto y no debía meterme. Y vos qué te metés lagaartoo!! Todo porque yo transitaba un interminable pasillo hecho cenizas y me había atrevido a decir al aire con soltura que alguien, un amigo, la ayudaba. 
 Eso fue después. Algunos días antes estábamos en muy buenos términos con Maruchi. Comenzaron a lloverle las preguntas como en una entrevista donde ella estuviese dando un informe detallado de la situación social. Una puesta de las políticas de reproducción tan candentes, tan desconcertantes de lo que se vive, de lo que no se entiende o de lo que se entiende mal. Pero había sido ella la que había abierto el clima de máxima tensión del problema social: para qué nos… y hacia dónde nos… reproducimos. Su tesis, si oí bien, era que todos quedan preñados.
 Todos quedan preñados, sí, todos quedan preñados –cabeza gacha, fiebre, frío, temor disimulado por la afirmación- , todos, o sea todos quedan preñados. No duda.  ¿Distingue géneros habla de todas o de todos? ¿Se lo aplica a un todos abstracto o a un ellas muy concreto? Inclina su cabeza hasta que no puede más, parece que no quisiera o no pudiera mirarme. Más tarde concluyo que es la fiebre de aquel día la que le da ese rapto dulce de sociabilidad inexplicable. Pero todo tiene límites. Por eso no me mira a los ojos y casi pega su frente contra la campera inflable ajustada al cuerpo fibroso de color negro mate, la campera.
 Pero uno puede elegir qué hacer a cada momento, podés elegir esperar podés decidir si lo vas a hacer ahora o lo vas a hacer más tarde. Podés crecer y educarte ver qué cosas te interesan más y compartir con tus amigos. Ayudar a tu familia y esforzarte para que las personas te amen y te tengan más confianza. No -dice-. T o d o s quedan preñados -agrega-. Todos -continúa- los hermanos y todas las hermanas quedan. Cada uno de sus no es como un cuchillo inoxidable de hoja tibia y mi discurso como un pan de manteca expuesto al acero. La palabra todos es un gran problema, no logro entender qué dice cuando la pronuncia, para colmo si le pido que pronuncie con cuidado se puede enojar y no dirigirme la palabra durante horas. La conversación aquella quedaría patas arriba o patas cortadas, al igual que si se le arrancaran de un tirón fuerte las piernitas a un pollo. Y los funcionarios que trabajan en el lugar cortan y redefinen la obra interminable, obra inservible.  Amarilla, sospechosa y reluciente por donde se la mire. Cortan caños con una moladora. Cada vez que el sonido ensordecedor de las máquinas cesa uno o dos minutos aprovecho para que Maruchi me repita esa parte que no entiendo porque como ella tiene la cabeza hundida en el pecho es imposible leerle la boca carnosa morena y aleonada. Los labios pegados a la campera negra vuelven a pronunciar esa parte que se parece y no se parece a un todos. En fin, que quedan preñados eso está claro. Sus palabras me causan un gran desasociego no sé decirle hacia dónde va el mundo, porque parece que nos movemos en algún sentido parece que vertiginosamente vamos hacia algún lugar, Maruchi lo percibe y eso hasta le genera cierta angustia (inconfesable). Han cesado por fin los ruidos de los funcionarios que realizan lo irrealizado o irrealizan lo postergado y quizá añorado. Maldigo el momento en que todo ha callado o mi falta de inspiración en estos momentos en que debería saber tocar el resorte correcto que haga emerger el iceberg del asunto social.  El pasillo está desierto es, de pronto, como un gran faro que da vueltas e ilumina un trecho por instantes y evita que nos perdamos. Ese instante es el que me concede para que pueda comprender rápido dónde estoy parado. Pero cuando el gran foco que da giros completos haya desaparecido para nosotros ya no habrá tiempo; para mí y para mis preguntas. ¿Maruchi no te parece que… No no no. Me parece que todos quedan preñados todos! Solo eso! Cabeza agachada, mentón apoyado en el pecho sobre la tela sintética de la campera negra y brillante, las manos bajo los muslos sobre la silla en la que está sentada. Decir que su expresión es seria puede sonar serio y formal pero deforma su realidad; su cara es un ojete grande, unas ganas de estar así, una energía derrochada en estar enojada, como si se regocijara en eso. Yo no  puedo decirle cómo deben ser las cosas, no le puedo decir hacia dónde debemos ir más allá de que tampoco yo lo sé más allá de que ella tal vez ni siquiera se pregunta eso. Algo a ella le molesta y me señala que es un estar preñado tal vez transgenéricamente; como un trueno en la oreja en la sordera transgenérica que me toma la oreja, el cuerpo la vida entera.     
                                                   

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