22 septiembre, 2013

Llantos de perros humanos

 Hace unos minutos que abajo en el patio la perra está llorando porque está sola; los dueños han de estar visitando familia, o uno trabajando y el otro descansando con quien sabe quién. La perra llora.
 Hace unas horas que abajo en el patio está llorando la perra, sí, no estoy seguro si son instantes u horas. Cuando me fijo en esos llantos prolongados con esa frecuencia de agudos que solo una perra triste puede lograr no estoy seguro si hace horas o días que convivo con ellos. 
 En los últimos días me sentí enfermo y casi no salí. Al fin tuve que hacerlo porque necesitaba comprar alimentos. Frutas, verduras y un poco de cerveza. Me senté en la mesa y bebí unos sorbos planificando la cena en relación a las cosas de que disponía. Sin darme cuenta me lancé a una pendiente vertiginosa de ilusiones apasionadas en las cuales rehacía mi vida y estaba sentado en la mesa de un bar. Una mujer frente a mí, unos ojos que se reposaban sobre mí compasivos, amorosos. Y me confesaba. Sin aviso me ponía a llorar, no podía parar de llorar. Quería explicarle pero el moqueo no me permitía hacer demasiado manejo de mis facciones y mis palabras. Ella paciente. Yo lloroso. Y, entonces, me desperté de ese sueño despierto, llenos los ojos de lágrimas, los brazos apoyados en la mesa poco después de preguntarme qué podía cenar... Y la perra abajo lastimosamente lloriqueando porque la dejaron sola todo el día. Me enjugué las lágrimas y las pupilas saturadas y lance unas cuantas carcajadas porque me pareció que todo estaba sintonizado como un gran concierto o como un cosmos. 

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