08 julio, 2012

Año malo

 El 2005 fue el año de nuestra gran caída y de la redención, del milagro cósmico. Pero eso vendría muchos meses después. Estábamos en la puerta de un lugar que olía mal y nos íbamos para no querer volver nunca. Día nublado. En la puerta nos encontramos con nalbandián y le contamos que ya nada se podía hacer estábamos en la nada desacreditados y sin rumbo. Nalbandián decía que todo era futuro que teníamos que animarnos y nada más que era cuestión de animarnos, un par de wiskys... por una paja en el escenario cien pesos y por un cachondeo y por un filtreo y solo se necesitaba que fuéramos un par de meses al gym para desarrollar todo lo que estaba por naturaleza incompleto en nuestro estómago y nuestros brazos desfallecientes. Seguíamos con ojos escépticos su relato. La mañana promediaba y nos sentíamos libres pero desahuciados. En ese instante salió Ana María y nos saludo con un beso y nos deseó suerte. La saludamos por última vez con esa tristeza de decirle adiós a alguien que te gustaría saludar muchas veces más y escuchar muchas otras su voz enronquecida por la experiencia. Caminamos hasta la parada del 84 mientras nalbandián relataba sus azañas con cierta lubricidad en boca. Caño, sexo, tamaños desmesurados y dinero por sacrificio y placer. En el 84 las calles desfilaban frente a nuestra mirada atónita como agua que se cuela por todos los intersticios y como fuego que fulmina todas las salidas. 
 Este es el año del dragón por otra parte. El dragón que está todo hecho de retazos de fuego multicolores. El dragón que para la fuerza centrípeda de la corrosión de lo que no quiere ser y desarticula con su golpe ígneo la fuerza empecinada de las cosas que son el opio de los días. Las desgracias deberían hacernos llorar pero de verdad y nunca experimentar el enojo de la impotencia y el amargo revuelo de la desdicha sobre nuestras cabezas que miran a atenea y le dicen; ya no creemos en la ciencia, solo en la brujería, impracticable, y en los milagros inexistentes. Y atenea ríe con una risa explosiva que nos avergüenza pues sabe que los umbrales de una incomprensión paciente e indiferenciada nunca se cruzan.   
   

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