12 mayo, 2012

Explicación

 Cuando abren las puertas a las 10.03 la gente es chupada hacia dentro. Hay dos colas, la cola larga y parsimoniosa de los mayores y la cola no tan larga y más o menos aletargada de los demás. Pero te podés poner en cualquiera de las dos porque al final es lo mismo. Cuando todos entramos somos como un reguero de ilusiones y de quejidos lastimosos y algún que otro recelo se cuela por las superficies templadas y las mamparas que distribuyen el espacio y los cartelitos acrílicos de colores azulados que indican a donde se debe dirigir cada uno llevando sus pequeñas densidades de expectativa. Nos sentamos al lado de un fantasma que nos habla entre tantas arrugas que se parten parece que se fueran a partir y desparramarse sin hacer ruido al rebotar en el suelo. Solo mantiene la fortaleza y la convicción en unos grandes ojos verdes que nos gustan. 
 No sabés con qué se conecta todo esto. Y no te atreverías a mirar con fijeza esos ojos por miedo a ver una cara de abuela muerta. Y preguntás luego: es por los dólares, por los créditos para comprar vivienda o por los plazos fijos de los que la anciana fantasmal habla sin cesar. Así son las apariciones, en un cómodo asiento mullido sobre limpio piso de goma y esas empleadas de banco con sus piernas muy largas y sus blusas escotadas que hablan mucho por teléfono y piden café y medialunas. Es la propiedad son los plazos fijos, son las colas las esperas inútiles, los empleados que trabajan demasiado despacio y las jubilaciones que enternecen el aire por su fragilidad y desamparo y los reclamos y las orientaciones que revolotean como colibríes paranoicos hechos de papel madera, salidera y azar de ruleta y otros tantos desvíos de la ley y la urgencia. Esas y unas cuantas cosas más conectadas de cierta manera y las instituciones que albergan ciertos tópicos locos. Pero no los tópicos de un hospital que los hay, no los de una escuela que los hay, como dijiste antes, los aparecidos del banco son llamados por los humitos y los cactus mágicos del banco. Hacés un rollito y te fumás los dólares y la propiedad que está produciéndose en la imaginación y en el puro-maravilloso plano del deseo; y salís completamente embargado de todo eso y pensando que los fantasmas que se quedaron adentro -y no salieron a la calle porque adentro no los colmaban aún- ahora están tristes porque no tienen con quien hablar.

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