17 junio, 2019

Sudado

 Una piña va a ser siempre una piña. Pero las piñas que más duelen, y los boxeadores lo saben, son las que dan en los costados. 
Siempre he estado trabado por una profunda tristeza. Nunca he podido dimensionar cómo los afectos condicionan lo intelectual. A veces, sueño que hay una desconexión en mi cabeza y una buena piña lo va a arreglar. Siempre va a seguir siendo cierto que hay tristes que hacen cosas maravillosas. 
 Tal vez no sea tanto un caso de tristeza sino una incomodidad o una insatisfacción, algo abstracto, un dolor sin entidad. Pero por eso digo que una piña es un dolor bien real, y si es un gancho de izquierda firmado por un zurdo o las costillas rechinan o el vaso revienta. No quiero decir que hay una violencia que sea sanadora. Solo que poder llevar a cuestas el dolor al menos es algo. A un boxeador estrella le preguntan qué pasa con los golpes que recibe luego de un combate. Y éste contesta que bueno que luego de más de cien peleas oficiales sabe que no todas las peleas son iguales. Y cómo es eso le preguntan. Entonces cuenta un sueño de un no boxeador que tiene una pelea recibe unas buenas cuantas piñas y se acuesta, levanta fiebre, da vueltas en la cama. Siente la soledad, las sábanas le dejan una sensación de amargura tan grande... Llora a más no poder. Suda las sábanas en la oscuridad con los ojos abiertos, es esa una imagen siempre espeluznante. Pues   para observar una imagen semejante no hay otro remedio que echarle a la cosa un poco de luz. 
Pero entonces dice para qué. Ya la vida es bastante dura como para sumarle este absurdo embate de sufrimiento, de juego que luego se transforma en sufrimiento. Y porque además, el ser golpeado siempre implica como un algo más. Un empujón, una patada, un desplazamiento, una obstrucción, un codazo descalificador como dicen los que relatan, es otra cosa. Nada tiene esta llamada, un talento natural, el problema dice es que creen, todos creen que lo hago porque creo tener una inevitable inclinación. Es decir porque cuando creí que esto era lo que tenía que hacer lo hice porque estaba contento porque elegía como se elige algo vocacional. 
 En el otro extremo están los boxeadores que ya son boxeadores antes de serlo, porque en su vida solo se respira boxeo. Padre, tío, hermano mayor todos boxeadores. Muchas veces el padre o el tío entrenan de manera filial. Además a veces también eso se combina con la pobreza y eso es un combo explosivo, un mandato. pero hay otros que lo hacen por desesperación. Un poeta dice por la radio que fue a estudiar karate porque estaba desesperado. Es muy raro pero suena convincente.
 Hace mucho tiempo estaba leyendo unas revistas, en los tiempos en que todavía leer una revista podía ser algo meramente recreativo o cambiar el rumbo de la vida. Estaba sentado en un banco de plaza. Y leía que había una dicotomía en los deportes, tradicionalmente el tenis fue el deporte de los ricos y el box el deporte de los pobres. No lo sabía. A mí me fascinaba estar en la cama haciendo fiaca y ver los mach de Gabriela Sabatini que fue una tenista de las mejores del mundo durante varios años, allá en los 90. En ese momento, -pero no en los 90 sino mucho después-  me bajó una conciencia histórica y paf me dio un baño de claridad. Había que elegir. El deporte estaba cruzado con la vida.  

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