04 junio, 2016

Trillizos

 Íbamos por la costanera a toda velocidad y nos abrazaba se apretaba contra nosotros como si fuésemos algo que la protegería por siempre. Anochecía. El río estaba gris y calmo. En sentido contrario zumbaban varios autos que tal vez se dirigían a Aeroparque o salían hacia Retiro. Fuimos disminuyendo la velocidad y suavemente descendimos para besarnos y abrazarnos. Y después fuimos a un hotelcito que encontramos un poco más lejos. No nos cuidamos, y después, nos enteramos que iban a ser trillizos; lloramos toda la mañana esa, había que trabajar pero no podíamos trabajar, los jefes lo entendieron, así no se podía trabajar tampoco nos dejaron ir por miedo a que en la soledad con la lluvia el mal tiempo nos matáramos. Pero por qué llora por qué llora se preguntaban todos, y nosotros ahí tendidos sobre un escritorio en la oficina de los jefes ensuciando un poco todo con moco medio aguado. Tragando una galletita con moco, sorbiendo un mate con moco. Vino otro jefe y nos miró y nos dijo, no podés estar llorando por esto y le decíamos que lo entendíamos que no era para llorar que era para alegrarse pero que últimamente se nos daba por llorar. Uno de los jefes se distraía viendo algo en nuestro cuello como que algo brillaba y ese destello le molestaba en los ojos claros, entonces se acercó. De todos modos el cielo estaba blanco o sea que no había reflejo y destello posible. Y fue este jefe de todos modos y cerró la ventana pesada y medio ministerial con esas hojas de madera macisa que bajan como una guillotina, porque salpicaba un poco de agua de lluvia cerca de la mesita donde estaba ubicado el teléfono. Es por los trillizos entonces que estás así... Sí sí es por los trillizos que estamos así no sé qué haremos no podemos parar de llorar nos da mucha vergüenza esto, no podemos más que lamentar este desastre... cómo nos puede pasar esto a nosotros Dios mío... y así en sollozos todavía un buen rato. Entonces el jefe que estaba del lado de la puerta todavía, el último que había aparecido y que es más jefe que los otros dos -de los cuales en verdad uno es jefe y el otro subjefe- dijo inclinando un poco el cuerpo y parpadeando con sus ojos claros. Vergüenza... dijiste vergüenza... dijo vergüenza -y continuó- qué es eso que tenés en el cuello ese adornito, esa... ¿medallita? ¿te la hiciste provista de una cinta? ¿Es para la envidia o la suerte? Caminamos cuesta arriba, del puente para el otro lado. En la esquina nos detuvimos y husmeamos después en el cordón dejamos que nuestros cuerpos se derrumben y queden allí un buen rato deshaciéndose entre las migajas del perrito blanco. Escarbamos sobre su cuello aplastado y seco, entre pelos pegados que eran una masa todavía suave al tacto. La peor escena, el peor desenlace. La medallita con su nombre y su dirección todavía se aferraba adherida al pavimento. Llevamos la medallita a la casa para mirarla a trasluz después más tarde la colgamos del cuello como una pasión.     

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