15 febrero, 2016

Un collar

 Le había dado un collar a una mujer. Era un collar en forma de corazón de plástico bien compacto. La base roja y toda la vulva del corazón transparente y adentro se veía un paisaje. Tenía como arenita blanca, tenía un coral y una palmera, algo que se podía parecer a una estrella de mar y unas pequeñísimas caracolas. A una mujer le había dado en préstamo un collar con esa forma, con esa cosa medio exótica. En un pasillo, depositándolo en su mano y viendo cómo los ojos de la mujer chispearon y sabiendo o no sabiendo que a una mujer muy difícilmente se le puede dar algo así esperando que después a los pocos días a las pocas semanas transcurridos algunos años de todo aquello, va a venir y vuelta a depositarlo en las mismas manos. No les viene bien para nada esa clase de alianzas. Y sin embargo esta mujer al siguiente viernes volvió al pasillo aquel un pasillo al que le faltaban en cierto sector las baldosas como que se habían ido despegando, en algunas partes estaban rotas si bien las partes rotas ya no estaban y se veía el cemento, las formas de las baldosas rotas como rompecabezas incompletos; inacabados a masazos. Así y todo una mujer baldeaba aquel pasillo aquella mañana primaveral y frotando se formaba una espuma que llamaba la atención de los que querían pasar hacia el otro extremo del pasillo pero la mujer no se los permitía hasta que terminase, no decía, que seque decía, y no había nada que discutir. Por la ventana abierta del final del pasillo se veían los árboles que ya comenzaban a brotar pero que también todavía hojas viejas y amarillentas les quedaban, como que no había sido posible que el viento las arranque o que la debilidad de los árboles las dejara caer, sin embargo, vale aclarar, que como el viento en ese momento soplaba y se colaba por la abertura del primer piso del edificio algunas de esas hojas se depositaron sobre el pasillo. Finalmente por un costado rozando con las zapatillas de tenis los zócalos con el collar en la mano pudo llegar para dar a partir de una promesa que quizás solo esa mujer entre todas habría considerado como una promesa por no decir ya con un delirio más guerrero, más amoroso y rústico; un juramento. Solo suposiciones de que algo de tal índole había sido unos días antes cuando unas palabras las primeras se habían ido sin que a pesar del poco tiempo transcurrido alguien las pudiese recordar. Siempre es así. Esas cosas pasan. Esas palabras retornan alguna vez mucho después portando una importancia inusitada como llevando un peso como golpeando para entrar. Y lo mucho más sorprendente aún es haber hecho de un modo silencioso pero no menos efectivo venir de lejos a la chiquilla aquella para devolver un collar con sal marina dentro de muy lejos de una isla, de una prefectura del extremo sur. La chica no sabía nada de Asia. Y no pidió nunca quedarse con él pero todo indicaba que se lo quedaría que lo haría por ser una chica. Y no fue el caso, el collar paso de una mano a la otra mano, la chica pidió permiso, se lo dieron, miraba desde la entrada; el pasillo olía a limpio. Tal vez no era la más linda del pasillo pero hubiese estado bien que sobre su pecho reposase aquel pedacito de isla. Aquella fantasía de rojo galáctico, intergaláctico. Cada cosa con cada cosa, cada collar con el cuello de cada mujer.      

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