08 febrero, 2016

Sabawa para rezar

 No entrar al agua para jugar a ese juego era algo digno de apóstatas. Porque el agua estaba ahí muy cerca, límpida, te bañaba los pies con su frescura mientras que las baldosas o mejor dicho las lajas grises brillantes te quemaban. Como leprosos que se arrastraban y colgaban sus toallas al sol insoportable en alambradas que daban a inmensos basurales del otro lado del límite permitido a los ñiños. Muchos de ellos nunca se atrevieron a jugar a ese juego inmundo que no podía prescindir de una trinidad, ya que las figuras que repartían los roles eran tres. El rey, el verdugo y el esclavo. Las sabawa se lanzaban al aire y caían sobre las lajas determinando el papel que los actores debían jugar. Algunos miraban desde fuera del círculo más íntimo del juego más con temor que con recelo. Y las sabawa caían de una forma o de otra respondiendo a una física simple sin demasiados obstáculos, cara, seca o una combinación de la una y la otra. Si eso sucedía era el verdugo el ejecutor el que cumplía lo dictaminado por el juez. Por una ley siempre dirigida a quebrantar las voluntades y sodomizar y reblandecer la carne.
 Con esa idea de que la piel curtida debía ser fuerte respetarse. El sol brillaba. Un escarabajo rinoceronte llevaba una bolita de barro atrapada en sus cuernos y con una tracción inaudita avanzaba a través de césped cortito. (Dicen que puede soportar un peso como veinte veces mayor que el de su propio cuerpo o más). Eso pasaba del otro lado de la alambrada, de este lado sonó un silbato de algún instructor o de un guardavidas. Esos hombres inmensos de piel aterciopelada que siempre parecían felices pero su piel nada tenía que ver con lo terroso y con la tibieza del suelo y el sembrado y el arrastre de los elementos de labranza. Vas a jugar dijo una voz. Tres que se arrinconaron mientras que otros muchos se quedaban por ahí como marranos aferrados al borde de la pileta, pataleando. Por qué se elegirían ciertas sabawa y no otras; porque eran más pesadas, porque eran las del jefecito, porque el jefecito habría dicho que se jugaría con esas. Los otros dos que jugaban fueron invitados a jugar o dijeron ellos que querían o fueron obligados a ello. Volaron. Después vino la ejecución siempre había una, era la única gracia que la hubiera. Al supuesto renegado le pegaban, lo escupían, le lanzaban objetos contundentes debía estar en posición de dar la espalda al público, agarrado de la alambrada, mirando al basural, la cabeza medio agachada y semidesnudo. ¿Era un culpable, un arrepentido, un morador de qué clase de colonia? No duraba mucho el castigo. Cerca otros jugaban a la payana, a la sombra, con lindas piedritas de canto rodado o de tonos de nácar, amuchados de a grupos pequeños jugaban al tinenti. La sombra era escasa.  

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