24 julio, 2013

000 día

 Había anochecido ya y la calle estaba empapada. No llovía. Sí... era una lluvia pulverizada menos, todavía, que una garúa, es decir ni siquiera se sentía en el rostro el agua. Pero se notaba en la oscuridad azulada del asfalto porque hacía días que la humedad no aflojaba. En la esquina me detuve con las bolsas cavilando risueña en el excelente departamento de marketing del club día y me pregunté cuál sería el estatuto de un ejército semejante. El ejército de los 12 días. Las ahorristas autoconvocadas que con su tarjeta roja con su fucking tarjeta roja engarzada en el llavero desestabilizarían la economía local. Provocarían desabastecimiento porque con poca plata habrían hallado la fórmula de oro, la diagonal capaz de llenar todas las alacenas, para convertir unos magros pesos y unas cuantas bonificaciones -del 15% si lleva más de tres del 10% si lleva dos iguales y del 25% en frutas y verduras- en los días finales en que ya todos somos espectros. 
 Acumulan en sus locales clandestinos montañas de productos que se llevan con todo derecho de todas las cadenas. No hay tarjeta, no hay negociación ni sobredosificación que las aguante a estas ahorristas expertas! Han encontrado la fórmula del ahorro y es demasiado tarde para ponerle un freno a todo esto; esto ha derrapado. Los tomates no alcanzan a madurar y el pure en sus envases tetrabrick es una fiesta. La góndola se queda cerca de las heladeras zumbantes, temblorosa, y vaciada toda espolvoreada de harina para todos los usos 000.   
 Parada en la esquina y con las bolsas caídas me quedo mirando en derredor mío. El ejército de los 12 días me conmueve; soy una más. Dentro del bar distinguido, a través de los vidrios limpios las veo. Finjen ser novias, finjen citarse por primera vez con sus futuros novios o maridos, se hacen las santas. Pero en realidad militan para la causa de ahorrar y destruirlo todo de una buena vez. A pocos metros casi al lado del contenedor de basura que rebosa, bajo unas frazadas de cartón un bulto duerme una larga siesta de vino rancio. Las bolsas grandes y medianas, lo que se recicló y se mezcló se desperdiga y se apelotona dejando huella tras huella de hedor. No se ven las rendijas, no se ven las junturas de las baldosas porque la mugre sella las veredas y se pone a la altura de los cordones que quedan disimulados por botellas aplastadas, cáscaras distorsionadas, pañales apelmasados, ropas hechas un bollo, cosas irreconocibles, quemadas. Restos de lo que hacía unos días era un plato de comida. 
 Respiro profundo y levanto las bolsas del suelo, las bolsas abarrotadas de productos de primera necesidad. De mi boca salen unos espesos halos de vapor que se contornean en el aire y resplandecen de azules breves. El empedrado está desierto. Pasa una 4x4 a paso de hombre con los focos altos alumbrando, deteniéndose cada tantos metros como si buscara una persona o un lugar. Luego, sobre la persiana de un negocio cerrado y hasta abandonado, lo veo. El decollage. La humedad de los últimos días y el agua revoleándose imperceptible como un vaporizador han trabajado todo ese material adherido a la persiana. Trozos de cartón y afiches se han ido desprendiendo, se han formado agujeros que parecen hechos por un dedo entrometido y que han dejado a la vista capas de capas. El farol de la calle ilumina por unos segundos un ojo -de un personaje de la política?- que se apelmasa abajo entre rojos y negros. Sigo una línea roja un trazo que sin estar parece avanzar en el espacio como una diagonal nítida. Ahora se puede leer allí abajo, doy un tirón y cae al suelo un buen pedazo de capas que suenan en las baldosas a mis pies. El decollage se conforma como un cosmos naciente de dolores y colores aletargados. Lo logramos leo. El ejército de los 12 días, diceun poco más abajo, pero con la misma caligrafía con el mismo firme rojo.
 Su designio, no usurpar el poder del estado sino destruirlo. Destruir las grandes cadenas de mando, las economías mundiales logrando que las redes de la producción y la distribución comiencen a girar como una perinola enloquecida que nadie -el estado- puede detener y cada vez que choca contra un borde deja un agujero que comunica con el abismo.
 Así y todo el ejército de los 12 días no era una práctica o una conformación prohibida por el estado. (Ahora puedo hablar en pretérito porque he leído en el decollage todo lo que podía leer acerca de un futuro inexistente). El ejército era lo que Hobbes llama un sistema irregular aunque legal. Ya que pese a su condición natural estaba tolerado por el estado siempre y cuando se mantuviera en cierto cauce de normalidad. Un detalle importante es que se trataba de una reunión de personas que carecía de representación. Esto explica por qué el estado llegado determinado momento fue tapado por esta gran ola a la que no pudo prever y que carecía de las armas necesarias para destruirla, justamente porque necesitaba para poder castigar que exista cierta idea de representatividad. El ejército de los 12 días no tomaba decisiones por medio del voto, la asamblea y demás artilugios jurídico-legales; ni siquiera había decisión. Solo crecimiento rizomático, a la Deleuze, contagio y afectación molecular, pocas o ninguna idea. En este pasaje del Leviatán, cap 22, Hobbes marca la diferencia: "Si se impone una multa a la corporación, por algún acto ilegal, únicamente son responsables aquellos en virtud de cuyos votos fue decretado el acto, o con cuya asistencia fue ejecutado. En ninguno de los restantes puede existir otro delito sino el de pertenecer a la corporación; delito que si existe, no es suyo, puesto que la corporación fue ordenada por la autoridad del Estado".
 El instante en que la reunión de gente que sale a hacer compras deviene ejército es de una delgadez áptica que desafía todo atributo y el pisotón mecánico del estado por mas que le asienta todo su peso encima no llega con sus pezuñas inmensas a tocarla.
 Vuelvo a levantar las bolsas del suelo, pesan, las manos duelen y se desesperan por llegar. Qué fastidio! Una simple compra no puede demandar tanto tiempo! Sin embargo poco antes de estar ya disponiendo todo lo que debe ser apilado -las galletitas con las galletitas, lo que debe ser freezado antes que lo demás, las legumbres aireadas más abajo y la carne arriba- deseo volver. Me digo que mañana volveré pero tal vez mañana el decollage haya sido intervenido por otro transeúnte o cosa semejante. Tal vez pude haber descorrido más piel, barrido más escarcha, más polvo, más cosas aparecerían al tironear y desprender los despojos. Lo logramos, el ejército de los... Solo eso desvelé.  

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