02 abril, 2013

Bala

 El pan y la manteca. La cópula. El pavimento y algo que sobre él se desliza, la explosión de una máquina o la tracción a sangre. La cópula. El cuchillo y la carne. La cópula. Hay cosas que están hechas para conectarse y no le preguntan a nadie si eso es bueno o malo. Hay cópulas naturales, obvias, otras que van por los márgenes, otras tienen un carácter social-histórico, como las calles de la ciudad y los automóviles. Hay cópulas dolorosas, innecesarias. 
La bala y la carne que se atraen como el cuchillo y la carne y hacen bodas, bodas de sangre y amarga miel. Adentro de la carne la bala se ha detenido. Los médicos dijeron hay que esperar... qué hay que esperar? Ver, saber si va a tener un paro ahora mismo. Si la bala llega a la arteria se muere, aclararon los médicos. Esos minutos fueron eternos y la bala se detuvo justo ahí, encalló quitándose impulso abrazador tal vez por el propio coagulo denso que formó a su alrededor.
 La bala haciendo la vuelta carnero entre los tejidos sanos, destrozando todo a su paso y deteniéndose justo antes de barrer una arteria elástica. Como si tocara la elasticidad y no pudiese extraer impulso de ningún otro lado y empujara la resistencia milagrosa de la arteria en la pierna que tiembla del miedo inaudito. La bala tiene que descansar, junto al cuerpo, rodeada de la carne que ha roto y que no la ha saciado aún. A su manera cada uno debe descansar, el cuerpo reza y espera que recen por él. La bala duerme y espera poder quedarse quieta sobre la arteria, la arteria la arropa y la convence de que quedarse quieta es lo mejor. La arteria y la bala entre la corriente de sangre que distribuye los nutrientes para cada célula. Una cópula innecesaria. Una señal que se desvía.   

    

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