15 marzo, 2013

He olvidado mi paraguas otra vez

"He olvidado mi paraguas" esa frase de Nietzsche que aparece en los textos llamados postumos y que no se sabe bien si es una cita, un proyecto de escritura inconcluso, algo oído por Nietzsche en algún lugar y simplemente apuntado con una intención errática o con una dedicación inintencionada. Frase que al pasar del tiempo se entraña, se consolida, aunque eso es como algo bastante no querido por las fuerzas que devienen. "He olvidado mi paraguas" es una frase que no dice nada, no se sabe qué quiere decir o cómo debe ser interpretada, como no se cansa de decir Jacques Derrida en Espolones
 A la noche vamos caminando, está medio oscura la noche o es la ciudad la que está oscura -hay cortes de luz?- no es fácil de determinar eso en la ciudad. En el río, en la montaña, en el campo alguien que cruza la acequia jamás se plantearía un dilema tan tonto. En las veredas los soretitos se empequeñecen y se agrandan, en las esquinas paramos -el olor de ese bar al que aún nunca fuimos se siente cercano- y los autos pasan muy cerca de nosotros, los autos voraces siempre lo rozan todo. Las luces debilitadas bañan todo de un tono... cómo decirlo, como en un manual de poesía, no puede faltar la palabra mortecino. Cruzamos el asfalto recién arreglado pisando las bandas blancas por donde caminan algunos peatones. Hay todavía mucha gente en la calle. Y en la penumbra, la ochava se nos echa encima y nos muestra toda esa acumulación de paraguas muy quietos dentro de la paragüería. La paragüería ya cerrada con cortina metálica baja pero que permite ver hacia el interior las repisas con paraguas, las tarimas con paraguas abiertos, expuestos, las filas de paraguas colgados, cerrados, de colores pasteles, brillantes, a lunares, con motivos, otros más snobs o más pequeños o esos con punta más formales, más histéricos, más estilizados más hostiles. Estar dentro de una tienda de paraguas cerrada solos ahí entre medio de todos los paraguas quietos rodeándonos, marcando el espacio, diagramando la forma del espacio debe ser algo que del orden de lo siniestro no puede alejarse. He olvidado mi paraguas titanic. Un paraguas titanic que ya había sido olvidado en un recinto de una oficina pública. En un lugar público nada puede durar, la necesidad es como un terrón de azúcar sobre una mesada sudorosa asediada de hormigas. Una gota de agua que se desliza en la arena candente del desierto famélico. La cadena de los paraguas olvidados se reproduce sin producir absolutamente nada pero sin dejar de ser la máxima certeza de ser el olvido mayor, e irrebatible, en tanto verdad que se afirma en el día olvidado.   

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