10 febrero, 2013

Mudanzas

 Este filme de Win Wenders debe ser la primera vez de muchas cosas. En el curso del tiempo. En yotube se habla de la primera vez que un actor se planta un pino frente a la cámara! Quién discutiría eso. 
 No sé si para Deleuze-Guattari habrá sido la primera vez de algo, pero como modo de viaje y experimentación ellos lo ponen como uno de los paradigmas de su forma de viajar favorita. El viaje desértico, el viaje inmóvil, el viaje sin cambiar de lugar, el viaje de autoconocimiento carente de terapias, de búsquedas de vacaciones y de seudo esperas. La música, ya que hablamos de movimientos, es como un pozo de agua, rebosante, cristalino, fresco, al lado del camino, como un jacuzzi despojado olvidado y virgen que el sol ilumina y se ve el fondo diáfano. En Mil Mesetas (1980) el filósofo y el psicoanalista se refieren a En el curso del tiempo echando mano de sus nociones de lo liso y lo estriado. Al parecer Wenders logra algo singular: establecer un desarrollo que consiste en la distribución de una variación continua. Pero, al contrario de lo que se esperaría, no es la homogeneidad de la imagen lo que se busca. Lo liso es amorfo e informal. Como dicen Deleuze-Guattari, uno de los personajes no tiene historia. El otro tiene demasiada; dice ser -me refiero a Robert- el pediatra de la lengua, en una interpretación posible al menos. El viaje liso es aquel que parece haber derretido el pasado. Todo lo que va quedando atrás, una nube de cascote polvoriento y pesado parece ser comido, absorbido -hacia- por el interior de la tierra. Cinematográficamente es como si el camino se desbarrancara, se despedazara detrás, inmediatamente detrás de los pasos que continúan avanzando. Al contrario, el viaje estriado es un viaje desesperado, ansioso por reencontrarse con el pasado; siempre tiene que saldar cuentas con una jornada anterior. Aquel que entre estrías se va moviendo siempre, se nota, ha pasado los últimos meses, los últimos años rumiando. En soledad tal vez, en diversidad de trayectos que lo han llevado hacia otros derroteros ha estado preparando su calculada venganza. El padre es un lugar común que acecha, la madre es un lugar común que quiere carcomer como tábano enceguecido. Siempre hay cosas para vociferarle a la madre siempre hay un monólogo que es como una especie de tributo contradictorio pues busca defenestrar al padre. En un caso la segmentación y en otro caso la circularidad. Bruno podría retornar mil veces por los mismos lugares, tal vez lo ha hecho, cada retorno es una repetición colmada de heterogeneidad pues aunque vuelve a pasar por los mismos lugares, mismos pueblos inexistentes, mismas ausencias, misma sequedad, la circularidad y la renovación van de la mano con la ajenidad de la evocación.
 A veces en estas experiencias es difícil encontrar eso que se llama la historia de amor. Pero en Im Lauf der Zeit hay una de esas historias. Siempre he sentido una atracción irresistible por el efecto que la historia de amor tiene sobre el cuerpo, mucho antes de existir. Muchas veces a tantunita le dije que la había visto, desde mucho antes de conocerla, erráticamente. En un colectivo por la calle Entre Ríos, en la 347 de la facultad con su sueter tejido a mano de vivos colores atoñales; pardos, verdes, amarillos y negruzcos encendidos y otros destellos. Esos recuerdos luego han quedado bastante soldados a mí pero no dejan de ser retazos, visiones del más allá sin ser, claro, un más allá en sentido técnico. En fin, Bruno está parado armándose un cigarro o algo así, está en una feria o parque de diversiones del lado de adentro de la pista de los autitos chocadores, tranquilo, apoyado sobre la baranda. Una chica le pide fuego para encender al "fürer" (chiste local) y Bruno se queda prendido y embobado de esos ojos medio siberianos, dulces ojos, riquísimos. Dan vueltas, vueltas mentales, hay esperas, inútiles y dilataciones; que es en definitiva lo que hace a una historia de amor ser deseable, emocionante y de vuelta deseable. Están en el cine donde la encargada suplente Pauline ha citado a Bruno. Bruno hace las preguntas de rigor: no te diste cuenta que la imagen tiembla, no te diste cuenta que está fuera de foco, no te diste cuenta no te diste cuenta? Ningún operador de cine ve nada, parece que se quisiera prescindir de los técnicos y la intervención humana y dejar que todo discurra solo. Pero las manos de Bruno demuestran que el péndulo se detiene sin cierta perfectibilidad de que es capaz solamente un buen técnico, solo así la máquina puede producir magia: la magia de la Cruz de Malta. 
 Esa noche después de ajustar la imagen pueden suceder muchas cosas; debe suceder la historia de amor. La historia de amor será siempre historia de amor y de pasión si se queda en esos momentos previos donde el pudor es una especie de velo superpoderoso que cae sobre los cuerpos, los aprisiona, los embellece y los abre a un porvenir incierto. Esa noche -primera y última?- no habrá sexo entre Pauline y Bruno, no habrá besos ni demasiadas caricias ni extenuantes charlas, no habrá promesas ni confidencias, no desahogos ni desilusión ni éxito. Pero sabemos que tiene el sello de una gran historia de amor, en los gestos, una lágrima que se desliza sobre el rostro terso y se guarda... para siempre. Es que las historias de amor son siempre imperecederas.      
        

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