13 mayo, 2018

Viaje al campo

 Entre el polvo que se levanta en la tarde y que flotando luego se adhiere a la piel me quedo pensando o deseando más bien que sería óptimo ya no tener incursiones de miedo. En eso tiene razón Philipe cuando me dice que no tengo que tener miedo y casi impertinentemente me insta a que de lo contrario me compre un auto. Río como diciendo que para él todo parece ser muy simple, y entro. Sin embargo tengo que asumir, porque no me queda otra, que en este viaje al campo que hice ayer, y aún, no puedo explicarme cómo estoy acá. Pues si estoy contándolo... es porque retorné. Polvo y más polvo. Tan fina capa que se levantaba con mínimas ráfagas, un polvillo rojizo que se mezclaba con la transpiración, este polvillo entra por las fosas nasales y se queda adherido a las paredes tanto a las externas como a las internas.
 No sé por qué todos los cuerpos, es como que se me vienen encima. Cierta hostilidad en el ambiente. Más tarde me preguntaré si estas alucinaciones se explican porque estuve viajando en un colectivo urbano y subió una pordiosera con rastas que balbucea una mezcla de portuñón y árabe. Algo inventado. Algo sin entidad alguna. (A propósito describir esas rastas mezcla de varios reinos biológicos me llevaría tiempo). Esto fue en Parque de los Patricios, en el barrio, la mujer con una especie de gamulán de corderoy blancuzco que alguna vez fue una prenda, se abalanzaba y te tiraba literalmente un trocito de papel de revista en el regazo. La miré. Comenzó a sermonearme en su lengua inútil, voce un coracao quebra de coracao eisana si quirana... y cosas por el estilo. Ahora hago un Faraday, y me voy del otro lado. Todo se parece bastante a la invasión zombie, en el furgón se te echan encima parece como que babearan, vociferando. Al llegar al último pueblo me relajo, pero la casi alegría que siento se termina rápido cuando apenas descendido del tren puedo saber que no hay más cómo retornar, por lo menos hasta el día siguiente. 
El tren atraviesa el centro del pueblo, en las esquinas hay rastros de macumba. El tren atraviesa habitaciones, una tras otra como un túnel interminable. `Exceso` en ese momento me parece que se define así: Dícese de una fiesta de cadetes de la policía federal. Todo ha terminado y se ven las manchas de grasa en el piso. El interior de las habitaciones sigue su desfile frenético siluetas y más siluetas. La velocidad ilustrada en las revistas especializadas de la década del 90 que siempre decían: la velocidad es ver pasar lo que está al costado de las autopistas. Pero para mi caso es solo el tren que va por el interior.   

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