13 enero, 2016

Sacrificios

 Recostado en la cama. Las sábanas algo húmedas pero todavía limpias. Y todavía faltaba buen tiempo para que sonara la hora del trabajo. El teléfono de levantarse temprano cerca de la cabeza. El otro del otro lado cargándose e iluminó todo el cielo raso. No sé cómo pero abrió un ojo, sin sonido sin vibración más que la luz.
 Muchas veces fue corriendo a levantar ese mensaje donde sea en la pantalla que sea. Porque como ya tantos lo han dicho allí habita el amor. El zapato extraviado, la varita, la manzana envenenada, el espejito, lo azul. 
 Pero le dijo: llevarás al hijo a un monte que en momento oportuno yo te anunciaré y allí lo darás en sacrificio y él ya anciano con un resto de fuerza quiso rebelarse o al menos pensó en hacerlo si no con las acciones con el pensamiento pero el otro lo reprendió inmediatamente porque podía leer sus pensamientos más íntimos. Así fue que con indescriptible angustia se dirigió a su casa y al preguntarle su mujer que por qué tenía esa cara acongojada -como si todo le hubiese sido aquella tarde arrebatado-, él, la miró, y ya sin poder contener lágrimas a raudales que le comenzaron a brotar de los ojos, le dijo a su mujer tan entrada en años que sí que todo le había sido arrebatado aquel día. Todo su ser y esperanza y razón para vivir de un plumazo se le había ido de las manos. Acto seguido le dijo a su mujer que mandara a llamar a un sirviente y cuando éste se hizo presente que avisara a su primogénito que partirían para un viaje. Salieron. Al llegar al lugar indicado el hijo le preguntó que por qué no llevaban el animal para el sacrificio a lo que el padre miró al hijo conteniendo con gran dificultad las lágrimas y diciendo con gravedad... Alzando con gravedad un dedo, el dedo corazón como se suele hacer en estos casos. Sin citar, prefiriendo no traer otra vez las palabras del libro, mejor le pareció hablar de las pantallas. Las mismas que le devolvieron la luz a uno de los sentidos más olvidados, el de las caricias, la piel y las texturas. Con un solo ojo abierto, el otro lleno aún de sueño de líquenes que recordaron el like de hacía nomás unas horas. El dedo se extendió como si fuese un fresco de la Sixtina recién restaurado. Hacia la pantalla para verla con un solo ojo antes de que sea demasiado tarde. A alguien nunca visto le dijo voy a hacer sacrificios me convencí con tus fotos y lo voy a hacer. Usó esa palabra, la palabra sacrificio, y se quedó esperando en la pantalla de la esperanza.

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